Fue fuera de lo común, nuca antes había sentido esto. Ahora que lo pienso, si es una sensación conocida.
Fue hace algún tiempo, que sentía como si mi propia madre estuviese sentándose sobre mi pecho, como si sólo con su mirada pudiese lanzar mil cuchillos hacia mí. Ella sabe que tengo algo que decirle y quiere que lo sepa.
Mis oídos reconocen esa voz, esa palabra exacta y ese tono tan característico que tiene su voz, con los cuales me llama cuando está enojada. “A la cocina” dice ella, y yo fría como si hubiese sido tocada por la muerte, me muevo hacia el lugar designado. No sé qué pensar, que hacer… todo es oscuro y la única luz que veo me lleva directamente hacia lo que más temo.
Sí, señor Larraín, si compañeros, hay alguien a quien le temo: mi propia madre.
El corazón se agita, las manos se hinchan, creo que sudo pero no es así, porque estoy fría, pálida, aterrada. Finalmente llegué, diez pasos se me hicieron eternos, quizás cuánto sea ahora… quiero llorar.
Mi pecho se aprieta cada vez más y comienzo a llorar, mi madre me mira con esa expresión de extrañeza y desilusión, sabe que algo hice mal. “Toma agua” dice ella con su tono fuerte, como cual guerrero que se prepara para el combate y arrasar con el enemigo, con tanta furia, tanto rencor guardado y listo para ser lanzado sin importar las consecuencias. Mis movimientos se hacen lentos, mis manos se vuelven pesadas, todo lo que veo se torna borroso y desenfocado mientras cada movimiento que hago parece ser mucho más rápido de lo que es… comienzo a balbucear sonidos mudos.
Gritos y llantos invaden mi mente, pienso en cuanto le temo a mi madre y cuanto desearía no temerle, cuánto la odio a veces y cuantas otras me gustaría decirle “te amo” y que fuese verdad.
QUIERO llorar, QUIERO gritar, pero sólo lloro… abro la boca y el aire es pesado, el agua parece petróleo: imposible de tomar. Aún así, dejo que el agua pase, que baje y ojalá me limpie de todo esto.
El agua pasa, trago sin siquiera descansar entre sorbos... ojalá fuese veneno. No estoy lista para hablar, no estoy lista para contarle que van a pasar otros dos meses sin hablar y otra semana de reconciliación que se habrá ido en vano. Toma agua, siente su frescor, que te limpie, hazlo. Se termina el agua, por lo menos del vaso.
Escalofríos en la espalda, se me aprieta el cuello, ¿eres tu la que me toca y me mata? ¿O soy yo queriendo morir de pavor? Sea quien sea, no quiero darme vuelta, no quiero verte y afrontar que soy un desastre, que no tengo remedio, que esta pena que me carcome como si fuese lava caliente, no es por tu culpa, sino la mía.
Mueve el pie ¡HASLO!... Ahora el otro. Mírala ¿está llorando? Otra desilusión. Ojalá las miradas pudiesen matar, porque no aguanto esta situación, no aguanto tenerte cerca y no aguanto hacerte daño de nuevo.
Fue hace algún tiempo, que sentía como si mi propia madre estuviese sentándose sobre mi pecho, como si sólo con su mirada pudiese lanzar mil cuchillos hacia mí. Ella sabe que tengo algo que decirle y quiere que lo sepa.
Mis oídos reconocen esa voz, esa palabra exacta y ese tono tan característico que tiene su voz, con los cuales me llama cuando está enojada. “A la cocina” dice ella, y yo fría como si hubiese sido tocada por la muerte, me muevo hacia el lugar designado. No sé qué pensar, que hacer… todo es oscuro y la única luz que veo me lleva directamente hacia lo que más temo.
Sí, señor Larraín, si compañeros, hay alguien a quien le temo: mi propia madre.
El corazón se agita, las manos se hinchan, creo que sudo pero no es así, porque estoy fría, pálida, aterrada. Finalmente llegué, diez pasos se me hicieron eternos, quizás cuánto sea ahora… quiero llorar.
Mi pecho se aprieta cada vez más y comienzo a llorar, mi madre me mira con esa expresión de extrañeza y desilusión, sabe que algo hice mal. “Toma agua” dice ella con su tono fuerte, como cual guerrero que se prepara para el combate y arrasar con el enemigo, con tanta furia, tanto rencor guardado y listo para ser lanzado sin importar las consecuencias. Mis movimientos se hacen lentos, mis manos se vuelven pesadas, todo lo que veo se torna borroso y desenfocado mientras cada movimiento que hago parece ser mucho más rápido de lo que es… comienzo a balbucear sonidos mudos.
Gritos y llantos invaden mi mente, pienso en cuanto le temo a mi madre y cuanto desearía no temerle, cuánto la odio a veces y cuantas otras me gustaría decirle “te amo” y que fuese verdad.
QUIERO llorar, QUIERO gritar, pero sólo lloro… abro la boca y el aire es pesado, el agua parece petróleo: imposible de tomar. Aún así, dejo que el agua pase, que baje y ojalá me limpie de todo esto.
El agua pasa, trago sin siquiera descansar entre sorbos... ojalá fuese veneno. No estoy lista para hablar, no estoy lista para contarle que van a pasar otros dos meses sin hablar y otra semana de reconciliación que se habrá ido en vano. Toma agua, siente su frescor, que te limpie, hazlo. Se termina el agua, por lo menos del vaso.
Escalofríos en la espalda, se me aprieta el cuello, ¿eres tu la que me toca y me mata? ¿O soy yo queriendo morir de pavor? Sea quien sea, no quiero darme vuelta, no quiero verte y afrontar que soy un desastre, que no tengo remedio, que esta pena que me carcome como si fuese lava caliente, no es por tu culpa, sino la mía.
Mueve el pie ¡HASLO!... Ahora el otro. Mírala ¿está llorando? Otra desilusión. Ojalá las miradas pudiesen matar, porque no aguanto esta situación, no aguanto tenerte cerca y no aguanto hacerte daño de nuevo.
1 comentario:
Puchas, habla con ella. Los problemas son como una bola de nieve... bajan por la montaña y cada vez crece más
Saludos
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